Chico encuentra chica. Chico pierde chica. Chico recupera chica. Gracias al cine, hemos aprendido que esos son los nudos básicos que tejen y destejen una historia de amor. Las películas nos tienen acostumbrados a historias de amor que empiezan, que superan, o no, obstáculos graves o menos graves que actúan como puntos de inflexión, o giros, y que acaban. Y se diría que esto se confunde con la vida. Pero el cine y la vida no son lo mismo, mal que nos pese. Las películas pocas veces nos cuentan el durante, el “mientras tanto” de una historia de amor. Y es normal, porque en términos narrativos parece que en ese “mientras tanto” no pasa nada. Pero sí que pasa. Pasa mucho. En realidad, las historias de amor suceden en ese “durante”. Chico y chica están juntos. Blanca y Alberto están juntos. Pero ya no. Se aman. Pero no tanto. A veces se aman bien, pero la mayoría de las veces se aman mal. Cada uno quiere, exige del otro algo que el otro no puede dar. ¿Lo están intentando Alberto y Blanca? Todo el rato. Constantemente. ¿Acaba bien la historia de amor de Alberto y Blanca? Eso no lo sabemos. No sabemos cuándo acaba, ni como. Porque Enxaneta no cuenta una historia de amor. Más bien da cuenta de ella.